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Crítica:LIBROS | Narrativa

Lo que queda de nosotros

Todo comienza cuando la cama tiembla y el hombre se despierta asustado. A su lado la mujer duerme, aunque el cuerpo de ella no deja de estremecerse y cuando por fin se aquieta, parece que no respira. Así se inicia Lo que queda de nosotros, una ceremonia de transición, un camino que recorre la vejez hasta la muerte. Esta novela de Michael Kimball (Michigan, 1967) es una narración especial, pues habla con luminosa sobriedad no tanto de la memoria de quienes acompañan a sus protagonistas en el tiempo, sino de aquellos objetos cotidianos que van distanciándose de ellos, como despidiéndose. Hablan las voces de una pareja de ancianos. El hombre reconstruyendo, sabiendo de su desconcierto pero también de su entereza y pragmatismo para asimilar ausencias. La mujer, con voz que viene de lejos, confortando al hombre, juntándose con él en los sueños. Y está el nieto que, siendo adulto, rememorará el peregrinaje último de los ancianos. Lo que queda de nosotros no resulta deprimente ni reiterativa. Sí sobrecogedora, pues avanza en la lectura afianzándose el debe y el haber de un inventario de gestos que contiene presencia y ausencia. Kimball establece una intensa correspondencia entre la agilidad del cuerpo y su desobediencia. Hay emoción y estimulante escritura en ese relato del miedo pequeño a las cosas de siempre y la necesaria convivencia con el espacio propio. Lo que queda de nosotros es hermosa e intensa y su transparente e incisiva neutralidad hace más relevante el desconcierto. Es una novela contada con mucho talento.

Lo que queda de nosotros

Michael Kimball

Traducción de Puerto Barruetabeña Díez

Tusquets. Barcelona, 2010

170 páginas. 16 euros

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 25 de diciembre de 2010

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