Arriesga mucho la joven compañía Galo Real, especializada en teatro clásico, al montar un título como Las mocedades del Cid en lugar de un shakespeare, que tiene mejor prensa, y al hacerlo con solo cuatro actores, aún siendo estos capaces de asumir a cara descubierta personajes no necesariamente de su edad ni de su sexo. Gustavo Galindo, su director y adaptador, deja el original en una hora de acción, sin tiempos muertos.
El amante de las versiones íntegras echará en falta largos diálogos, pero hallará, a cambio, una puesta en escena ágil y unas interpretaciones sin retórica. Este espectáculo es al original de Guillém de Castro lo que un buen boceto respecto a un cuadro: da una idea cabal de su composición, a falta de color y detalles.
Galindo ha eliminado las subtramas para contarnos la forja del héroe y sus amores con Jimena, a cuyo padre mata en un duelo donde pelean sin espadas mientras una actriz en penumbra entrechoca dos aceros. Esta teatralidad rotunda del espacio vacío y del objeto sugerido impregna todo el montaje. La artúrica escena donde Rodrigo le habla a una espada mientras una actriz frota un cuenco de bronce que produce un sonido agudo continuo, es pura sinestesia: vemos con el oído el acero que no hay.
Lejos de la hagiografía original, aquí se nos muestra en un espacio simbólico, fuera de la historia, a un Cid capaz de un crimen cobarde. La interpretación, de buen nivel, tiene momentos de brillo y una dicción del verso clara. En el papel del rey se turnan republicanamente los cuatro actores.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 30 de diciembre de 2010