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Análisis:EL ACENTO

Rue Pétain, sin número

La última calle del último pueblo de Francia, bautizada en honor del mariscal Pétain, el héroe de la I Guerra Mundial y el gran villano de la II, pasará a llamarse de la Sainte Croix por una capilla que hay al final de la misma. El Ayuntamiento de Tremblois Lés-Carignan, de 114 habitantes, muy próximo a la frontera belga, ha tomado la decisión bajo presiones del Gobierno del presidente Sarkozy, veteranos de guerra y agrupaciones judías.

En 2010 todavía había en Francia otros dos pueblos con una calle en honor del mariscal, y en una cuarta localidad un retrato del anciano matarife de Vichy colgaba en el salón del Consistorio. Todos sucumbieron en el curso de 2010 y, por fin, el alcalde de Tremblois, Jean-Paul Oury, a quien, al igual que a la mayoría de sus convecinos no molestaba el nombre, reunió a los otros ocho munícipes y el mes pasado decidieron por unanimidad relegar al olvido al general que mantuvo sus posiciones en el aledaño campo de Verdún, donde a lo largo de un año de atroz carnicería murieron medio millón de defensores franceses y atacantes alemanes.

Pero el héroe de Verdún fue el colaboracionista de la II Guerra, que, lejos de ser una simple marioneta de los nazis, colaboró en la represión contra los judíos sin que nadie le obligara a ello. A la liberación fue condenado a muerte, pero el general De Gaulle, que había bautizado a su hijo Philippe con el nombre del mariscal, lo dejó en prisión perpetua.

¿Absuelve el paso del tiempo los estragos del pasado? ¿Es válida la argumentación, tan frecuente, de que eso es historia y mejor no meneallo? En absoluto.

Si ha costado tanta sangre llegar a un estado de cosas -con todas sus impurezas- razonablemente democrático, nada justifica que se honre públicamente la memoria de alguien que se opuso criminalmente a ese largo proceso. En España quedan todavía calles en memoria del general Franco, loado adulatoriamente de generalísimo, como también al del fundador de La Falange, José Antonio Primo de Rivera, que no vivió para ver la ominosa. Ni Francia ni España tienen por qué honrar un pasado de fue de pesadilla.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 5 de enero de 2011