La matanza de Tucson, que sorprendió al país en medio de un profundo cambio de rumbo político, ha sido interpretada mayoritariamente como un recordatorio de la necesidad de recuperar un clima de civismo en la actividad partidista y de poner límites en la disputa de las ideas. La mayoría de los compañeros de la congresista demócrata Gabrielle Giffords, que sigue luchando contra la muerte en un hospital del sur de Arizona, han coincidido en que la mejor manera de rendirle homenaje es aplacar el ardor del debate -atizado por el Tea Party, el ala más conservadora del Partido Republicano- que se mantiene desde poco después de que Barack Obama fuera elegido presidente.
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* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 10 de enero de 2011