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Análisis:EL ACENTO

Hija, agrégame en Facebook

El 70% de los padres que utiliza redes sociales ha enviado a sus hijos una solicitud de amistad. El 39% de los retoños que la aceptan confiesan que, de poder, la habrían rechazado.

Probablemente, esos cientos de miles de jóvenes y adolescentes que utilizan las redes sociales para permanecer conectados con los suyos no han leído a McLuhan ni han oído hablar nunca de la aldea global. Sufren, sin embargo, en sus propias carnes los efectos de lo que el filósofo canadiense predijo hace 42 años: que las tecnologías de la información cambiarían nuestro estilo de vida y no necesariamente siempre para mejor. Porque vivir en un pueblo tiene ventajas, pero entre ellas no está la del anonimato que ofrece una gran ciudad.

Con Facebook o Tuenti es difícil zafarse de un ex, que seguirá el rastro de las conversaciones y los nuevos contactos del amor perdido. Difícil también evitar que un departamento de recursos humanos no rastree en las redes sociales y más difícil todavía lograr que los progenitores no logren husmear en la vida del retoño sin necesidad de recurrir a las viejas y más incómodas tácticas del espionaje paterno.

Una encuesta de la consultora Nielsen demuestra que los padres, que, por cierto, cada vez se suman con mayor entusiasmo al mundo digital, han encontrado en las redes sociales la manera de cumplir su sueño de ser el Gran Hermano de sus propios hijos. Si estos aceptan agregar a su progenitor (lo que algunos logran con artimañas), este podrá relamerse como niño con una chocolatina: un solo clic del hijo le abrirá la puerta. Sabrá quiénes son sus amigos y sus ligues. Podrá seguir sus charlas y escudriñar cientos de fotos que le aportarán sabrosa información.

Si McLuhan hubiera podido asistir a la explosión de las redes sociales se habría quedado atónito ante la precisión de sus teorías. Era experto en comunicación, lo que sin duda le dio un gran conocimiento de la naturaleza humana. Y esta, a pesar de los adelantos digitales y las redes sociales, no ha cambiado. Los padres de hoy siguen suspirando por lo de siempre: por controlar la vida de esos adolescentes que dejaron de ser niños y se empeñan en saborear su creciente nivel de independencia.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 13 de enero de 2011