Hay acontecimientos que quizá no merezcan ocupar un lugar en los libros de texto pero que son símbolos fehacientes del devenir de la historia. Que la compañía Telefónica, la misma que a principios de siglo nació gracias al impulso de una firma estadounidense (ITT), haya acogido ahora a China Unicom es un botón de muestra de cómo el imperio americano cede terreno a la primera potencia del próximo futuro. Pero en esa operación suscrita por César Alierta con Unicom (y por la cual se nombra nuevo consejero al presidente de la firma china, Chang Xiaobing) hay más símbolos que el mero trasvase del poder mundial desde el oeste hasta oriente. Porque Telefónica, que fue empresa estatal entre 1945 y 1997, resume como ninguna otra compañía el despegue de la España del desarrollismo, el fin de la autarquía económica y el salto hacia los mercados exteriores, lo que, en contrapartida, obliga a perder esa alma castiza con la que tantos españoles se sintieron hermanados.
Porque Telefónica, que en 1960 ya era la primera empresa del país, era muy española; un valor autóctono con el que identificarse y en el que depositar las mejores expectativas de futuro. De 1967 es aquella campaña de publicidad en la que se veía a José Luis López Vázquez trabajando en la cocina y hablando por teléfono, claro, con su mujer: "Matilde, Matilde, que he comprado telefónicas", le anunciaba. Hoy se habría informado de esa ampliación de capital con fondo musical anglosajón y la noticia se habría publicado en el Financial Times. Entonces, el inicio de lo que se ha dado en llamar capitalismo popular se españolizó rebautizando a las acciones como matildes, un valor refugio de pequeños inversores enemigos del riesgo.
Telefónica ha irrumpido ya hasta el momento en 24 países y es una de las primeras compañías del mundo por capitalización bursátil. Ha conquistado el mercado chino de la mano de China Unicom, firma de la que posee casi el 10%. Tiene 252 millones de clientes y a buen seguro que se sumarán unos cuantos millones más en los próximos años. Ni siquiera en los más optimistas años de los sesenta era fácil imaginar que las matildes llegarían tan lejos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 25 de enero de 2011