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Análisis:EL ACENTO

El alma de los museos

Los recortes presupuestarios forzados por la crisis tampoco han perdonado al arte. O, por lo menos, a los museos de todo el mundo, que han visto reducirse las aportaciones estatales hasta extremos que han obligado a emplearse a fondo a sus gestores. O bien aumentan el precio de la entrada, arriesgándose a perder visitantes y a agudizar, por tanto, el problema que se proponen combatir, o bien inventan fórmulas para obtener por otras vías los ingresos que hasta ahora les habían garantizado las fuentes de financiación tradicionales.

Como la necesidad es la madre del ingenio, y la necesidad no ha hecho más que apretar las tuercas de unos años a esta parte, grandes museos como el Louvre o el Ara Pacis de Roma, entre otros tantos igualmente destacados, han decidido ceder las fachadas más vistosas a la publicidad, cuando no vender su marca a fabricantes de perfumes, automóviles o relojes.

Para llegar hasta la Venus de Milo o hasta la Gioconda, incluso para contemplar algunas perspectivas de Venecia, los visitantes tienen que transitar primero ante unos anuncios colosales de objetos de lujo. Para los más pragmáticos, se trata de un recordatorio de los tiempos que vivimos, no solo caracterizados por la crisis, sino también por el hecho de que el gigantismo de la publicidad compite en el mismo espacio con la calidad de las pequeñas obras maestras. Para los puristas, en cambio, los templos del arte están pactando con los demonios del consumismo.

Cabe esperar que el tiempo acabe dando la razón a unos y quitándosela a otros. Aunque tampoco es posible descartar una salida que deje en tablas la actual partida entre pragmáticos y puristas. Por ejemplo, que la publicidad que hoy está confinada en las fachadas de los museos acabe por ganar los espacios interiores. Y no como simple reclamo comercial de perfumes, automóviles o relojes, sino como obras dispuestas a codearse de tú a tú con las que hasta ahora monopolizaban las salas imponentes. Para los puristas, los museos habrían perdido su alma. Para los pragmáticos, la habrían salvado.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 29 de enero de 2011