Desde la Declaración de Alsasua se nos ha vendido un proceso unilateral e irreversible que, aun con todos los aditamentos habituales, sugería un final unilateral e irreversible de ETA. El señuelo ha servido para que, a pesar de las ilegalizaciones y una amplia indiferencia de la opinión pública, Batasuna haya logrado a empujones colocar su puesto en el centro del mercado una vez más.
A pesar de los gritos del tendero, la mercancia -averiada, tras tantas decepciones- sigue sin entusiasmar al personal, que deambula entre los puestos concentrado en otras cuitas o echando un vistazo a las rebajas. Pero políticos, analistas y periodistas no hemos podido evitar la atracción fatal que nos produce volver a montarnos en el carrusel y echar nuestro cuarto a espadas. No tenemos remedio. Luego nos extraña que las audiencias opten por la fórmula de éxito de la telebasura que, desde nuestra altanería autosuficiente, juzgamos como un género menor. Lo nuestro sí que es importante, nos decimos, y soltamos a los cuatro vientos nuestras peroratas sin pararnos a preguntar quién demonios guía el carrusel. Nosotros hablamos, pero otros compiten por construir el relato.
El objetivo principal no será la legalización, sino seguir construyendo el relato
El relato es el proceso. O, de otro modo, el proceso es un relato. Un relato, este sí, con pretensiones de unilateralidad e irreversibilidad. Que las cosas se cuenten como yo quiero y que a nadie se le ocurra hacer revisionismo después. La primera condición de este relato es que tenga capítulos o, en el lenguaje del proceso, pasos. Declaraciones, manifestaciones, entrevistas, comunicados. Todo son capítulos; todo son pasos. El relato continúa y eso basta para sugerir que el proceso continúa.
La segunda condición es la incertidumbre. ¡Llevamos siete meses atentos a la pantalla esperando al comunicado del día 10! Como el truco funciona, se repite. Ya se anuncian nuevos comunicados al estilo de Super Ratón: "No se vayan todavía, aún hay más". Igual que nos vamos a pasar dos meses hablando de la legalidad de unos estatutos que no se han presentado. ¿Nadie se ha preguntado a qué viene anunciar algo que se va a hacer dos meses después?
El problema es que el relato empieza a tener vida propia y ahora exige alterar la caracterización inicial del proceso. En las próximas emisiones no será ni unilateral ni irreversible. De hecho, la reversibilidad pasará a ser el argumento central de la obra como recurso movilizador para exigir acciones unilaterales... a todos los demás. Pero el objetivo principal no será la legalización, sino seguir construyendo el relato. Otegi lo ha expresado claramente: "Es fundamental nuestra presencia en las elecciones [...] para abordar la irreversibilidad del proceso", pero al mismo tiempo "nuestra apuesta va mas allá de estas elecciones y tiene un componente estratégico". Aunque lo parezca, el final de ETA no es un cuento. Hacia dentro y hacia fuera, es una lucha de poder.
Alfredo Retortillo es politólogo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 31 de enero de 2011