El último avance en detección del cáncer parece ser un perro labrador de la Universidad de Kyushu, en Japón. Con solo oler las heces de los pacientes, acaba de diagnosticar correctamente 37 de los 38 casos de cáncer de colon que se le han presentado en su servicio hospitalario. Falla un poco más oliendo el aliento, pero no mucho más de lo que fallan las actuales colonoscopias, y nunca confunde un cáncer de colon con una úlcera, una apendicitis, una diverticulitis ni un trastorno inflamatorio.
La literatura médica recoge indicios, aunque de un carácter más anecdótico, de que los perros pueden oler también otros tipos de cáncer humano, como los de ovario, pulmón, mama y vejiga.
El uso generalizado de perros para el diagnóstico del cáncer parece una opción algo aparatosa -o "poco práctica y muy cara", como admiten los propios investigadores-, pero no es descartable para ciertos propósitos.
Por ejemplo, el perro japonés es especialmente eficaz en el diagnóstico precoz, mientras que la prueba actual de buscar sangre en las heces solo detecta uno de cada 10 casos tempranos. Puesto que la detección precoz sigue siendo esencial para reducir la mortalidad y la carga económica del cáncer, el coste de entrenar a los perros puede ser una inversión rentable. Los gestores de la salud pública tendrán que hacer los números con cuidado.
Los paisanos siempre han usado cerdos para rastrear las trufas por el campo, y el Pentágono ha entrenado a colonias enteras de abejas para la detección eficaz de explosivos ocultos. Los perros son los más conocidos expertos en este campo: la policía, que desde siempre se sabe que no es tonta, ha estado en este caso mucho más rápida que la medicina. El perspicaz visionario Arthur Clarke imaginó una civilización con una medicina tan avanzada que solo necesitaba microbios y bichos vivos para tratar cualquier enfermedad.
La evolución biológica ha resuelto muchos de los problemas a los que ahora se enfrenta la ingeniería humana, y a veces no hay más que echar mano de sus criaturas y ponerlas a trabajar para nosotros. Como mínimo, la investigación japonesa confirma que hay ideas muy simples que pueden funcionar muy bien.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 3 de febrero de 2011