Carmen Maura vive entre España y Francia, entre Madrid y París, sabe cuáles son los pros y los contras de cada ciudad y de cada temperamento y al final resume que la residencia perfecta e imposible sería su casa de siempre "pero con París en la acera de enfrente". La actriz recibió ayer, por el conjunto de su obra, en el Ayuntamiento de esta ciudad, de manos de la vicealcaldesa, Anne Hidalgo, la Grande Medaille de Vermeil de la Ville de París, el mayor reconocimiento de esta institución, en un homenaje solemne al que asistieron un centenar de personas.
En el excelente francés del que ha hecho gala en sus películas, Maura agradeció el premio, rememoró con dulzura e ironía sus primeros tiempos en París, a la que describió como una ciudad hermosa "pero muy difícil de conquistar" en la que "el sol no calienta mucho".
Después de las fotos, Maura, locuaz como nunca, habló de esa ciudad que le encanta y le choca y de ese pueblo, el francés, "tan cuadrado, tan encantador y, a veces, tan ingenuo". También respondió a las inevitables preguntas sobre Almodóvar ("ya no somos amigos, ya no le veo, no me obsesiona rodar con él, pero si me ofrece un buen papel bien pagado, lo haré"), sobre su propia carrera ("me gusta descubrir gente, trabajar con directores en su primera película, porque ponen toda el alma") y, sobre todo, París ("una ciudad preciosa, pero dura, en la que he llorado, en la que, a veces, cuando el taxista te responde mal, te entran ganas de venirte abajo").
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 10 de febrero de 2011