La privacidad se ha pasado de moda. ¿Quién lo iba a decir? Después de todos estos años escandalizándonos por tanta cámara de televisión en los cajeros automáticos, tanta historia clínica tirada al reciclado de papel, tanta cookie delatora en nuestro disco duro y tanto spyware furtivo nacido para desnudarnos ante los publicistas depredadores. Después de todos esos nicknames tan imaginativos y avatares cambiados de sexo y todas esas demandas ingenuas ante inocuas agencias de protección de inútiles datos, tanto ruido y cacareo y ahora resulta que los primeros interesados en publicar nuestras preferencias y debilidades somos nosotros mismos. Pero, ¿cómo hemos estado tan ciegos?
No sirve de mucho estar en Facebook ocultándose bajo el seudónimo de Pipi Calzaslargas o del Profesor Moriarty: jamás te encontrarán tus antiguos compañeros de clase, ni los nuevos admiradores de tu rostro maduro. Y si no pones tu fecha de nacimiento, ¿quién te va a felicitar por tu cumpleaños, con la alegría que da eso? El profesional que se vende en Twitter tiene que ser él con su nombre y apellidos, empresa y cargo, semblante y aptitud, ingenio y agudeza. ¿Quién se va a fiar de un tipo que se llame El Asesor Enmascarado o Seré tu Pesadilla? Menos mandangas y más Pérez y Fernández.
Los gais, que a menudo marcan la vanguardia de las tendencias, cuentan desde hace unos años con Gay, Grindr y otras aplicaciones que les permiten encontrar desde su iPhone a otros gais que estén por la zona y que, naturalmente, quieran ser encontrados. Un aficionado al fútbol que sea usuario de Grindr puede localizar en un momento a los otros 20 o 30 usuarios de Grindr que estén en el estadio, inventariados por orden de distancia. He ahí el futuro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 13 de febrero de 2011