Con un programa difícil inició el pianista argentino su gira por España. Difícil, no tanto por los problemas técnicos como por faltarle esas dosis de espectacularidad que arrancan con más vehemencia el aplauso. Difícil también, y sobre todo, porque circula en la sombría frontera que separa la vida de la muerte. La Sonata en do menor fue escrita por Schubert el mismo año de su fallecimiento. La Sonata en sol mayor, dos años antes. En la versión ofrecida, sin embargo, el final y la desesperanza se hicieron más visibles en esta. Quizás porque la escuchada en segundo lugar, con ecos beethovenianos evidentes y un renovado interés hacia la forma clásica, presenta una arquitectura más vigorosa. El compositor de Bonn, tan significativo para Schubert, había muerto el año anterior. Y Barenboim la tocó mirando a Beethoven, pero clarificando, al tiempo, los rasgos inconfundibles del vienés.
DANIEL BARENBOIM
Sonatas en sol mayor y en do menor de Franz Schubert. Palau de la Música. Valencia, 15 de febrero de 2011.
Con Barenboim, disfrutar de lo nuevo suele ser lo más habitual
Sin embargo, lo mejor se había producido antes, con la Sonata en sol. Faltan palabras para describir la gama infinita de ataques y de tonos (todos grises) que Barenboim trazó en las repetidas apariciones de los motivos. Estos, girando obsesivamente sobre sí mismos, deambulaban en una armonía nebulosa. Por más que quisieran derivar hacia atmósferas amables o vivaces, volvían, una y otra vez, a ese confín angustioso de las cosas que se acaban. Toda la música, apenas nacida, pronto se veía fracturada y con una trayectoria indecisa. El pianista miró esta vez hacia el futuro, y, si en la Sonata en do anduvo bajo la sombra de Beethoven, quien surgió ahora, como una premonición, fue Mahler. Barenboim no marcó tanto las líneas que pudieran dar continuidad al discurso musical como las que lo rompen. También supo plasmar, cantando con las dos manos, ese delicado carácter de divagación que subyace tantas veces en Schubert. El Andante siguió la misma línea, y ni qué decir tiene: el minueto fue una anti-danza. No quiso resultar elegante o juguetón, ni siquiera un Scherzo dramático. Solo se perdió en la niebla. Llegando al Allegretto final, Schubert, a través del intérprete, continuó, todo el tiempo, debatiéndose entre su propia música.
Hubo roces en varios momentos, y hasta alguna nota en falso. No parece que a nadie le importara: se asistía a una recreación en el sentido más genuino del término. De regalo, más Schubert: el Momento musical núm. 3, en fa menor, y el núm. 4, en do sostenido menor. Hoy y mañana tocará los dos conciertos de Liszt, junto a la Orquesta de Valencia y Yaron Traub. Cabe esperar, en ambas obras del compositor húngaro, nuevas formas de enfoque, nuevas lecturas. Con Barenboim, disfrutar de lo nuevo suele ser, generalmente, lo más habitual.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 17 de febrero de 2011