A los ingleses les gusta mucho mirarse, pensarse, gustarse y odiarse. El fruto de eso es una idiosincrasia rica y una relación con la propia nación desacomplejada cuando es menester. Pero autocrítica y mordaz hasta lo cómico cuando tanto autoanálisis se hace insoportable. PJ Harvey se sienta en su casa de campo, observa su país y adivina su historia, con especial énfasis en la Gran Guerra. El resultado es un disco riquísimo, una pieza de orfebrería fina que, cuando es necesario, puede vomitar en los floreros. Afable y pop, opaco y lunático. A un aire campestre de cadencia medieval le sigue un arrebato pop o un tema construido alrededor de un sampler. Complejo, atractivo e inabarcable, como la vieja Inglaterra.
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* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 18 de febrero de 2011