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COLUMNA

Regenerados

Me enseñan un vídeo en el que Dolores de Cospedal, esa dama tan templada, tan segura de todo lo que dice o lo que calla, tan formal, se limpia con gesto elegante un par de lágrimas. En un acto público, con emoción suave. Se la ha provocado el soneto a Cospedal que le ha dedicado un bardo y a raíz de la concesión de un premio que le entregan las mujeres demócratas de no sé donde. Y te conmueve cerciorarte de la profunda humanidad que atesora señora tan controlada, el sentimiento que puede desatar la poesía en el gélido y pragmático universo de la política. Pero constato que esos delicados alborotos del espíritu han sido pasajeros al oír en el telediario desde la hermosa boca de Cospedal algo tan obsceno y cínico como que a partir de ahora el PP va a aumentar los controles y las penas para los administradores de la cosa pública que metan su pezuña en la cajita, que su lema para el futuro para a ser Regeneración, que su partido va a dar respuestas contundentes a la corrupción y bla, bla, bla.

Les inunda tanta miel en los labios ante las encuestas que les prometen pillar democráticamente la convulsa aunque siempre jugosa tarta, el poder absoluto o más que relativo, que tienen la desvergüenza de exhibir machaconamente la bandera de la anticorrupción mientras que mantienen en su inquebrantable familia a próceres que van a ser juzgados por sobornos continuados, por lo que sabemos y por lo que ignoraremos siempre. Hasta el cerebro más débil intuye que solo puede obedecer a una broma el que políticos poderosos se hayan pringado a cambio de unos misérrimos trajes, que esa corruptela grotesca forzosamente tiene que ser el disfraz de negocios grandiosos, financiación del partido, movidas sórdidas no de individuos aislados sino de un engranaje sólidamente estructurado.

Lo más terrorífico de Camps, ese fulano con aroma frailuno y expresividad alucinada, es su certidumbre de que las urnas le absolverán, de que las infalibles encuestas aseguran que es el presidente más refrendado de Occidente, de la Historia y de no sé cuantos sitios más. A Dios no lo ha citado pero se da por supuesto que también refrenda a siervo tan piadoso y calumniado. Si se confirma el democrático disparate (no sería extraño, Berlusconi gobierna por voluntad del pueblo), supondría la bendición popular a la corrupción, la legitimación del todo vale. Si esos votantes no van a pillar algo tangible en los negocios de su líder, habrá que recurrir a la psiquiatría para que explique el apoyo a Camps.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 5 de marzo de 2011