Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
Reportaje:

Instantáneas de Jaime Salinas

La Residencia de Estudiantes rinde homenaje al editor fallecido

En uno de los 254 libros dedicados a Jaime Salinas que están en los fondos de la Residencia de Estudiantes, Juan García Hortelano escribe: "A Salinas, ese lujo inmerecido de la edición española; a tito Jaime, ese lujo imprescindible de nuestras vidas". La cita cierra la presentación del pequeño libro que la Residencia de Estudiantes ha editado para homenajear al que fuera hijo menor de Pedro Salinas y editor clave en los años de la Transición en Alianza Editorial, Seix Barral y Alfaguara.

Con la bufanda cruzada al cuello y una de esas medias sonrisas que solían clavar los galanes de las viejas comedias románticas, Jaime Salinas saludaba desde la portada del pequeño libro, sembrado de fotografías y recuerdos y que, sin mayor pretensión y bajo el título En recuerdo de Jaime Salinas, logró convocar en la misma mesa a amigos, colegas y compañeros de una vida que culminó el pasado enero, cuando el editor moría en su casa de Islandia.

Las instantáneas pasaron de página en página y fueron ayer evocadas por los asistentes a un acto, en el que su sobrino Carlos Marichal leyó emocionantes cartas privadas, y en el que participaron, entre otros, su compañero, el escritor y traductor Gudbergur Bergsson, o amigos de épocas y generaciones distintas como Enric Bou, Teresa Guillén, Miguel Aguilar, Luis Revenga, Vicente Molina Foix, Juan Cruz o Alicia Gómez-Navarro, directora de la Residencia, cuyos archivos -junto al libro de memorias de Salinas, Travesías- han servido para el esbozo de una vida que ayer fue celebrada.

Se habló de su ironía, de su manera de darse poca importancia ("Pese a ser íntimo amigo y compañero de juergas de leyendas de la edición como Ledig Rowohlt y Giulio Enaudi", recordó su joven amigo Miguel Aguilar); a la vez de su enorme compromiso editorial ("Fue un ejemplo de hacer cultura editando libros, un caballero editorial en el que había un pensamiento y una poética", dijo Juan Cruz); se habló de su identidad ("Ni cosmopolita, ni apátrida, me gusta la palabra expatriado, algo que le daba la posibilidad de sentirse cómodo en diferentes lugares", continuó Molina Foix) y se habló de los recuerdos de infancia y adolescencia de un hombre que, como resumió con gracia Teresa Guillén, le gustaba "ningunear" su propio talento y su capacidad de trabajo: "En el año 33 él tenía 10 años y yo 7. Pasamos ese curso en Madrid y todos los fines de semanas íbamos al cine con unos amigos que estaban aún más mimados que nosotros. Todavía hoy recuerdo como agarraba del brazo a Jaime para que no se cayera por el balcón del cine con los ataques de risa que le daban viendo a Harold Lloyd. Luego, en la adolescencia, estuvo un poco perdido. Flirteaba con la idea de ser actor, pero un viaje a España le cambió para siempre cuando descubrió su talento para ser gestor".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 29 de marzo de 2011