Mi teléfono inalámbrico murió, otro más, apenas duró unos meses. Lo abrí y vi una batería corrupta y unos cables negruzcos. Lo cerré y lo tiré. Ahora tengo un cacharro fijo antiguo, pesado, negro, suena tan fuerte como una sirena de bomberos, no se pierde, no se gasta, no pide pilas, y además no tiene tonos. Solo sirve para hablar con personas, no puedo hablar con máquinas. Es mi pequeña lucha contra el sistema. Uníos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 2 de abril de 2011