Al principio, el noveno álbum del trío de Duluth (Minnesota, EE UU) es tan fácil de escuchar que pasa volando. Sus clásicas letanías slowcore son ahora una cuestión estética. Las perezosas y accesibles melodías, la lánguida forma de cantar como si estuvieran a punto de quedarse dormidos... Todo resulta amable, nada molesto, útil para escuchar haciendo otras cosas. Hasta que Witches y Done, dos temas cantados por Alan, rompen de repente. Dos maravillas seguidas de aire country al estilo Bill Callahan o Cowboy Junkies, con banjos y steel guitar. Para cuando Mimi empieza a cantar el góspel futurista de Especially me, ya es obvio que esto es una cosa muy seria. Y así sigue hasta un delicioso final de pop acústico. Discazo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 8 de abril de 2011