Todo tiene un precio, y comprarse una revolución puede ser un buen negocio. En diciembre pasado, Mohamed Buazizi, que vendía frutas y legumbres en una carretilla, se quemaba a lo bonzo en protesta por el hostigamiento de la policía que no le permitía ni vivir de su mísero negocio. El supremo gesto del joven tunecino, que murió en el hospital -que hoy lleva su nombre- desencadenaba una marea de protesta, más bien un tsunami en el mundo árabe, saldada por el momento con
el derrocamiento del presidente de su propio país, Ben Ali, y del líder egipcio Hosni Mubarak.
Pero meses después sus vecinos y conocidos abominan, sino del muchacho, sí de su familia, que aseguran que recoge impávida
los frutos de aquel desesperado sacrificio. A comienzos de enero la humilde morada de los Buazizi, en la pequeña localidad de Sidi Buzid, se convertía en lugar de peregrinación. Y no solo de la prensa del mundo entero, sino que notables tunecinos,
jefes y jefecillos dela oposición, revolucionarios con carnet, visitaban la casa como quien va a Lourdes o al Palmar de Troya.
Y así comenzaron los rumores; que si la familia había vendido la carretilla del muerto por una importante suma (sus deudos lo niegan, pero aseguran que un millonario del Golfo ofrece 160.000 euros); que si pedían una pequeña fortuna por recibir a los periodistas. La madre de Buazizi afirma que solo han visto 20.000 dinares, como el resto de los mártires de la revuelta: las varias docenas de caídos por la represión de la corrupta tiranía que se extinguía. Pero es cierto que el poder sucesorio ha instalado a la madre, Manubia, y a los seis hermanos del difunto en La Marsa, barrio de gentes acomodadas de la capital tunecina.
Y, entretanto, en Sidi Buzid crece la petición popular de que se libere a la mujer policía que pegó al vendedor ambulante y que fue encarcelada a la caída del régimen.
Los iconos de la revuelta, lleve o no esta finalmente la democracia a Túnez, alcanzan una alta cotización en el mercado, porque hay una verdad de fondo que vale para cualquier ideología o sistema de gobierno. Todo puede convertirse en una commodity, con el precio correspondiente.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 11 de abril de 2011