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COLUMNA

Un modelo acabado

Nada más tedioso en la programación televisiva que los telediarios, un modelo de relato tomado en principio de la prensa escrita (presentación, sumario, corresponsalías, flahses breves y rápidos sobre lo que se selecciona respecto de lo que se supone que está ocurriendo) y la omnipotencia de un presentador o presentadora que va dando paso a las conexiones habituales sobre crímenes, catástrofes diversas, deportes y, finalmente el tiempo, en lo que por lo general también se equivocan. En realidad, los informativos televisivos rara vez informan de algo que el espectador no sepa previamente, de manera que esa reiteración compulsiva de monólogos superpuestos no sirve prácticamente para nada, ya que antes o después de su hora de emisión el espectador tiene ocasión, porque así se le ofrece, de ver programas en los que se le informa con más detalle de lo que realmente le interesa. La ventaja de la prensa escrita sobre semejante despropósito es que ofrece prácticamente la misma información diaria sobre idénticos acontecimientos, salvo las novedades llamadas "de última hora", que por lo demás no son tan de última porque ya están colgadas en Internet. Y otra ventaja nada desdeñable de la prensa escrita es que nos ahorra la presencia de esas corresponsales (suelen ser esas) que nos informan de que está lloviendo, como si el espectador fuera cegato, para que provista de paraguas o chubasquero, nos convenza con la evidencia de la imagen de que, efectivamente, está lloviendo. Y nada más. Está lloviendo, lo vemos, y punto. Una gran noticia visual, muchas veces acompañada de una locución penosa, que efectivamente se cumple en sí misma. Digo yo que los vecinos de la localidad en la que llueve lo saben de sobra antes de ser informados de ello por los telediarios.

Pero el entendimiento del espectador no siempre es tan lúcido. Recuerdo el caso de un actor de Altea cuyos vecinos no sabían muy bien a qué se dedicaba en Valencia. Hasta que apareció en un anuncio televisivo enfundado en una bata de médico y ya estaba claro: era metge, ni más ni menos, y todos sus esfuerzos por deshacer el equívoco fueron inútiles. Era médico porque disfrazado de tal salió en televisión. Y todavía hay casos de personas que han asistido en la calle a algún suceso al que no dan la credibilidad sus ojos hasta que no sale en la televisión informativa. Aquí la fórmula: "Pues era verdad, porque lo he visto en la tele".

Ignoro cuántas cosas suceden cada día sin que le tele se ocupe de ellas (estupendos reportajes de un minuto sobre los sin techo cuando se juntan la Navidad y el frío, bonitas panorámicas playeras cuando las mujeres se ponen el bikini). Es estupendo. ¿Y qué más, aparte de la violencia de género con resultado de muerte? Terremotos lejanos, tsunamis ajenos y botellones estudiantiles. Es la fórmula perfecta para no enterarse de nada.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 21 de abril de 2011