Edgar Allan Poe demostró en su narración La carta robada que el sujeto de un delito podía estar delante de las narices de los policías y que estos no se dieran cuenta. Eso ha pasado con Osama bin Laden y Abbottabad, una ciudad en la que a primera vista nada malo podía pasar. Refugiado en una mansión dentro de una urbanización donde no tenía línea telefónica ni Internet.
Abbottabad, "la ciudad de Abbott", a la que da nombre el comandante británico James Abbott, que fundó la ciudad a mediados del XIX, era un destino gris, bucólico, anodino, en el que se mezclaba el ambiente conservador propio de una ciudad de 150.000 habitantes que alberga una rancia academia militar y su condición de ser la puerta de entrada hacia los territorios más montañosos e inaccesibles de la North-West Frontier Province (Provincia de la Frontera Noroeste). El fotógrafo Alfredo Cáliz y yo visitamos esta zona del país a finales de 2006 mientras realizábamos un reportaje para El País Semanal sobre las fuentes del integrismo en Pakistán.
MÁS INFORMACIÓN
- Obama ve el fin de la guerra al terror
- Un icono del siglo XXI
- Palos de ciego durante una década
- EE UU revela que Bin Laden no iba armado
- El fiscal general de EE UU justifica la operación contra Bin Laden como un acto de "autodefensa nacional"
- Los soldados que mataron a Bin Laden apenas encontraron resistencia
- Las relaciones entre Estados Unidos y Pakistán alcanzan un punto crítico
Recuerdo Abbottabad como una villa vacía, somnolienta, donde faltaba de todo, desde el agua potable a la electricidad. Con míseros tenderetes a la orilla de la carretera; plagada de edificios oficiales agrietados pintados en tonos crema y desperdigadas villas más gigantescas que lujosas. Recuerdo Abbottabad repleta de militares y la terrible carretera que unía la ciudad con Islamabad, a unos 60 kilómetros. Recuerdo las laderas cubiertas de plantas de cannabis.
Los hoteles eran pobres, sucios y desvencijados.
En los restaurantes se alternaba la carne a la brasa con pizzas para los escasos turistas y los cooperantes. Eso sí, ni una gota de alcohol. En esta zona gobierna el MMA (Muttahida Majlis-e-Amal), una coalición extremista de partidos religiosos que han acabado con la música, el cine, y han puesto enormes restricciones legales al papel de la mujer. En esta zona y en la frontera con Cachemira, hubo hasta 60 campamentos de entrenamiento yihadistas. El terremoto de 2005 había acabado con muchos de ellos y otros habían dejado de existir tras el 11-S. Sin embargo, aún era posible cruzarse con camionetas cargadas de jóvenes barbados, con ropa de camuflaje y armas. Nadie sabía de dónde venían ni adónde iban. Pregunté a uno de ellos si Bin Laden se escondía en la región. Me contestó: "Pregúnteselo a la CIA, ¿no trabajaba para ellos?".
Osama estaba delante de las narices de la policía y nadie pareció darse cuenta. Hoy su refugio de Abbottabad no parece tan descabellado. Para empezar era una ciudad castrense. Los militares paquistaníes y su poderosísimo servicio de inteligencia, el ISI, siempre fueron sus financiadores y aliados. Esta ciudad perdida se encuentra en un triángulo perfecto para la estrategia de Bin Laden y su organización. A mitad de camino de Islamabad y Rawalpindi (los dos centros del poder militar del país, del ISI, y de poderosas organizaciones cercanas a Al Qaeda) y a menos de 200 kilómetros de Peshawar, la ciudad sin ley del yihadismo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 3 de mayo de 2011