Echando un vistazo a las últimas encuestas electorales y al margen de su discutible credibilidad, cualquiera puede darse cuenta de cómo el votante claramente mantiene sus preferencias de voto con independencia de las decisiones y actitudes de los políticos.
Si se destapa el caso Gürtel, no importa, porque esos son de los míos; si el PSOE hace política de derechas, es igual, los otros son peores. Es como si el ciudadano medio ya se hubiera identificado previamente con una posición determinada y todo lo que ocurra después es indiferente, solo puede ser objeto de justificación por parte del votante que necesita creer en algo y no puede aceptar fácilmente que le hayan engañado, una vez más, dado el buen concepto que suele tener de sí mismo.
Si a esto le unimos el bipartidismo que impera en España, consecuencia de la ley electoral inapropiada que rige nuestro sistema político, así como del efecto psicológico que ello genera y que lleva a la gente a pensar que todo lo que sea votar algo más allá del Partido Popular y el PSOE es tirar el voto, ya tenemos los mimbres para que nada cambie jamás.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 9 de mayo de 2011