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Análisis:

Biomasa

Cada persona será un mundo, pero basta que se junten muchas para que su comportamiento se vuelva tan predecible como las mareas y los eclipses de luna, tan riguroso como un sistema de ecuaciones escrito hace mucho tiempo y que a lo mejor rige la sucesión de las constelaciones o la forma en que las ondas se propagan por un medio viscoso, cosas así. Miras a la calle desde un 5º piso en la hora punta y la gente es de pronto una ráfaga de lluvia que azota un cartel luminoso y se descompone como los colores en un prisma, se desvanece luego al abrirse el semáforo para volver a empezar al ponerse en rojo y así va pasando la mañana.

También son así las moléculas, porque las leyes de los gases son precisas solo cuando las moléculas son muchas: entonces sabes que si las calientas con la chispa de una bujía se va a mover el pistón y el cigüeñal y todas esas cosas que se mueven en tu coche, o que si reduces la presión va a bajar dos grados la temperatura dentro de tu frigorífico, o que pones al seis la cocina de inducción y la carne va a estar lista en 12 minutos. Cuando las moléculas son tan pocas que las puedes contar una a una, la precisión se pierde y la ley se deshace y ya nadie sabe lo que puede pasar ni a quién. Los químicos, los políticos y los sociólogos se saben manejar bien en estos incomparables marcos paradójicos. Y también los publicistas.

Por eso llega ahora la temporada y empiezan los anuncios-biomasa. A lo mejor un Mercedes o un Rolex se le puede vender a una sola persona, pero una Coca-Cola o una cerveza hay que vendérsela a la biomasa: al mundo entero quiero dar un mensaje de paz, todos necesitamos un poco de sur, etcétera. Los tipos saben que ninguno de nosotros es un borracho en lo personal, pero que todos somos bebedores sociales en tanto biomasa. Las cosas se conducen por placer, pero se beben por imperativo social, por responsabilidad colectiva, por lo que es el interés general. Cuando se trata de beber no hay poetas ni anarquistas. Hay hordas. Cada persona será un mundo, pero las juntas y se autoorganizan en dos filas que van y vuelven por su carril, que se condensan y se descomprimen como un fuelle o un corazón, que beben y beben y vuelven a beber como si mañana fuera el fin del mundo.

¿Qué es más extraño, en el fondo, que esos tipos nos traten como si fuéramos biomasa, o que respondamos abrevando como un rebaño?

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 14 de mayo de 2011