Despliegue peripatético de efecto narcotizante, la primera obra para cuatro bailarines reclama al público (en pie) desde una gimnasia de gota malaya, repetitiva, que como material procede de unas piezas precedentes de la coreó- grafa norteamericana Lucinda Childs; carreras en círculo enlazadas por cortes y cambios de ritmo. Hay una confusión terminológica y conceptual de base en este aburrido e incomprensible trabajo: interconectar ejercicios no es una obra de arte en sí misma; no es, ni pálidamente, el minimalismo arrasador y hasta vitalista de Childs, muy contextualizado en su momento de gestación.
Cada obra de danza tiene su tiempo y su discurso, una razón de ser que la hace permanecer en el repertorio o ser recordada desde la veta historicista. Aquí se ausenta el proceder lógico y consecutivo por mor de la gratuidad y una cierta petulancia. Algo recuerda a Pons y sus trazados sobre cuadrícula milimétrica, prolegómeno preciso de sus pinturas definitivas donde el punto se talla en el espacio hasta la sugerencia del trazo como virtualidad óptica.
2: DIALOGUE WITH LUCINDA
Producción: Nicole Beutler; música: Gary Sheperd; luces: Minna Tiikkainen; vestuario: Jessica Helbach; piano: Aleks Grujic. La Casa Encendida. 22 de mayo.
Las sirenas que se filtraban desde la ronda de Valencia aportaron un dramatismo extra, oportuno en la inactividad axial de la segunda obra (ya el público sentado en la grada) donde el salto conexiona en su estimulación con motivos antiguos (piénsese en la Orchesographie de Thoinot Arbeau), y hace bien Beutler en llamarse productora a secas y no coreógrafa, pues esta recreación muy cuestionable, difícilmente encuentre acomodo más allá de la especulación ansiosa de los que tienen poco que expresar por sí mismos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 24 de mayo de 2011