La victoria de Ollanta es la victoria de Lula sobre Hugo Chávez, el triunfo de la inteligencia sobre la pasión. Es el modelo brasileño el que se ha impuesto. Venezuela se queda un poco más solitaria después del abandono del antiguo aliado.
No se trata tanto de escandalizar al imperio como de formar uno propio, con espacios viables y una proyección que mezcla confianza y desafío. Perú opta por el reparto equitativo de su crecimiento económico y por un populismo nacionalista más inteligente que el de la década anterior. No se trata de declararle la guerra a nadie, ni de jugar la baza indigenista con un halo de insurgencia mística. Todos los candidatos han prometido ser lo mejor para su país, faltaría más, pero romper con el continuismo no ha significado una grotesca representación de militarismo mesiánico. Humala fue militar y tuvo sus devaneos golpistas, pero ahora se ha reconvertido en un hombre que mira a Brasilia en vez de a Caracas.
Es una victoria para Brasil, para su forma de entender el continente y hacerlo relevante en la esfera internacional. Puede que se siga visitando a Fidel, pero tampoco se le caen los anillos por recibir al Gran Satán de Washington. Inteligencia ante todo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 10 de junio de 2011