Desde que su padre, un rico industrial francés, le regalara siendo niño una cámara de fotos nunca dejó de considerarse un fotógrafo aficionado. Curiosa sensación la que tenía de sí mismo Jacques-Henri Lartigue (Courbevoie, Île-de-France, 1894-Niza, 1986), pues se le reconoce como uno de los más interesantes profesionales de la fotografía del siglo XX, faceta que compaginó con la pintura.
Nunca se le escapó una imagen que le conmoviera por su belleza o por considerarla útil para luchar contra el olvido. La exposición Un mundo flotante, en CaixaForum, hasta el próximo 19, es una ocasión única para acercarse al retrato que dejó de la burguesía francesa, de una generación que se asomaba a la moda y al deporte, pero también de la entrada de la mujer en el mundo laboral, imágenes de una época y una forma de vivir en pleno cambio. Reúne más de 200 obras, así como cámaras, cuadernos, agendas y fragmentos de su diario.
Sus padres, las mujeres, los juegos, las carreras de coches..., son algunos temas a través de los cuales expresó la fragilidad de la vida y lo breve de la felicidad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 12 de junio de 2011