Desde que recuerdo, el único mensaje emitido por la clase dominante es que hay que flexibilizar el mercado laboral. Año tras año, reforma tras reforma, siempre con las excusas -razones las llaman- más variopintas: que si el 11 de septiembre, que si la burbuja, que si la inflación. A los trabajadores nos van quitando la poca calidad que nos quedaba como seres humanos, convirtiéndonos en simples operadores lo más a destajo posible y con nula capacidad de aspirar a una vida mejor, a excepción de la otra vida. Paralelamente, los beneficios de grandes empresas -porque las pequeñas cierran como las que más- no hacen más que aumentar y llega el caso en que ya les da pánico el contratarnos, según dice el nuevo jefe de la patronal.
No les da pánico despedirnos, por lo visto; ni prejubilarnos, pero contratarnos es espantoso porque supongo que tenemos tantos derechos y cobramos tanto que somos como una clase de lastre letal para los beneficios de las empresas por nuestra santa manía de cobrar a fin de mes y no aceptar el derecho de pernada como parte del estatuto de los trabajadores.
Mientras, el que discute a calzón quitado calla, luego otorga, olvidando que formó parte de un Gobierno al que se le hizo una huelga general -de las de antes- contra la enésima reforma laboral. ¿Y qué solución aportarán los reyes del más de lo mismo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 17 de junio de 2011