El No-Do franquista encubría los arrebatos místicos (disociación cognitiva, según otros) bajo el modesto circunloquio "entrañables muestras del sencillo fervor popular". El sencillo fervor popular de la romería del Rocío sufrió un percance el lunes de Pentecostés. Un varal (palo que sostiene el palio de plata repujada del paso de la imagen) se rompió y sembró la consternación entre los miles de adoradores de la Blanca Paloma o Reina de las Marismas, como también se conoce a la efigie en Almonte, su villa de residencia. Bien, pues al margen de las consideraciones sobre el espectáculo de cientos de personas que se enzarzan a empujones para honrarse con la carga de la imagen y del pintoresco folclore naturalista para famosos de perra gorda que hacen lugares comunes sobre "el camino" (la romería hacia Almonte), el dichoso varal ha hecho aflorar otra clase de espuma, el miedo supersticioso. Los papeles de derecha agotaron las plegarias a la Virgen, con prosa crespa y ensortijada, para que aclarara el mensaje oculto tras el palo roto. Ante la Virgen muda, otros gimoteaban resignados: "Ella lo ha querido así". El varal es un comunicado del más allá para "esta España inclinada", corrompida por el laicismo.
Veinticinco siglos de civilización se esfumaron en un cuarto de hora. Volvieron los tiempos de la Roma republicana, cuando los pontífices escrutaban los prodigios acontecidos en el dominio romano, desde vacas nacidas con dos cabezas hasta estatuas derribadas por rayos o lluvias de sangre. Con una diferencia: los pontífices no disponían de otra aproximación a la realidad que los libros de los prodigios y las recomendaciones de la ninfa Egeria. En la España de Almonte, la Blanca Paloma, cerrado y sacristía, el terror del presagio se impone a las leyes de la resistencia de materiales y varios siglos de ilustración.
La Iglesia, incapaz de ofrecer una visión racional de la sociedad debería al menos tener el buen gusto de separar el sencillo fervor popular de la negra superstición. Tomás de Aquino podría ayudar. O, si lo prefiere, puede seguir el camino opuesto: declarar que el varal roto anunciaba la crisis de la deuda española. Puestos a vaticinar catástrofes, al menos que den miedo de verdad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de junio de 2011