En la época de los años ochenta, varios países latinoamericanos sufrieron de problemas similares a los que hoy sufre Grecia: altas deudas contraídas por el Estado, gasto público excesivo, políticas fiscales y monetarias erróneas, nulos controles en el gasto y apuestas equivocadas.
Uno de estos países fue México. El acuerdo alcanzado en aquellos momentos por el equipo de Hacienda y los bancos acreedores, el Club de París y otros organismos multilaterales, le permitió a México tener un respiro y poner la casa en orden: gran parte de la deuda externa se extendió a 30 años bajo el llamado Plan Brady. En un lapso inferior a los 30 años, el Gobierno pudo poner políticas fiscales y monetarias acorde a las posibilidades del país, restablecer la confianza de los inversores locales y extranjeros y lograr un ambicioso programa de privatizaciones. Diez años después, México emitía bonos en el extranjero a 30 años. Y 20 años después había prepagado prácticamente toda la deuda contraída como parte de la reestructuración financiera del Plan Brady.
Es justo que se le dé una oportunidad a Grecia condicionando el desembolso a una serie de reformas y medidas fiscales. Desgraciadamente, muchas veces es necesario estar en situaciones de apuro para conseguir aprobaciones políticas y hacer reformas necesarias que, con vistas al futuro, contribuirán a una mayor estabilidad y crecimiento de la eurozona.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 2 de julio de 2011