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CARTAS AL DIRECTOR

Aplausos y abucheos: el ruido del debate

Sant Feliu de Llobregat, Barcelona

Mientras la desafección ciudadana hacia el conjunto de la clase política alcanza cotas jamás registradas y ciertos sectores empiezan a manifestar un sentimiento de aversión preocupante hacia la democracia parlamentaria, en el Congreso se celebra, como cada año, el debate sobre el estado de la nación. El esfuerzo de los políticos por resintonizar con la ciudadanía, sin embargo, queda eclipsado por los vicios de siempre, que no hacen más que aumentar el hastío y el distanciamiento.

España es un país donde la tradición parlamentaria ha tenido una trayectoria muy corta. Por ello, sería conveniente que cada diputado, antes de tomar posesión de su escaño, hiciera un ejercicio de reflexión y asumiera su rol público y su compromiso con respecto al ciudadano al que representa. Pues, más allá de su función legislativa, el Parlamento debe ser, ante todo, un lugar ejemplarizante de discusión constructiva entre distintos intereses legítimos.

Año tras año, sin embargo, debemos asistir a ese circo mediático que, cada vez más, se asimila a aquellos programas televisivos que optan por el ruido y el efectismo. A su vez, los debates parlamentarios cada vez distan menos de los acontecimientos deportivos, donde cada uno anima a los suyos y abuchea a los rivales. Por ello, más allá del ejercicio de autocrítica hacia la actividad propiamente política, harían bien sus señorías en actuar con responsabilidad y abstenerse de mostrar a la imagen pública que, en este país, los aplausos continuados pueden reforzar un argumento o, que este, puede debilitarse con un intenso abucheo. Porque, al final, el mensaje acaba siendo sustituido por el ruido -en el más puro sentido literal del término- y, cuando esto sucede, la vara de medir ya no es el argumento político, sino la misma intensidad del ruido.

Así, el ejercicio de resintonización ciudadana, debe ser paralelo al del respeto hacia la esencia de todo Parlamento. Y esta no es otra que la deferencia absoluta hacia la palabra; sin ningún elemento que la adultere. Señores diputados, reflexionen sobre ello.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 2 de julio de 2011