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CARTAS AL DIRECTOR

Los argumentos del canon digital

Santa Cruz de Tenerife

En esa visceral animadversión que muchos informáticos sienten hacia el canon digital -y de paso hacia los derechos de autor-, a falta de otros argumentos más sólidos y convincentes, el principal pretexto que esgrimen para justificar su odio es el de sentirse ofendidos porque, según ellos, el cobro de dicho canon supone atribuirles a los compradores la intención de cometer un delito.

El argumento no puede ser más pueril. Todo el mundo sabe que robos se comenten por todas partes, también en tiendas, almacenes o grandes superficies, y que las empresas afectadas sufren con ello pérdidas a veces considerables, a pesar de todas las medidas de seguridad adoptadas. La única manera que tienen de resarcirse de esas pérdidas es incrementar globalmente los precios, en un porcentaje equivalente al perjuicio calculado; en cuyo caso somos todos los compradores los que pagamos los robos de algunos, y somos, todos, teóricamente sospechosos. Y si las empresas no quieren aumentar sus precios tendrán menos beneficios y serán los propios empresarios o sus accionistas los que pagarán los robos ajenos. Al final, alguien paga las consecuencias.

¿Cuál es, pues, la diferencia? Que en los grandes almacenes el incremento de los precios o la atribución de pérdidas se aplican de forma general, sin hacerlos visibles ni explicar nada, mientras que el canon digital afecta solo a algunos productos y se especifica su finalidad, que no es otra que la de resarcir a los autores con derechos del expolio evidente que vienen sufriendo desde que existen los modernos medios de reproducción.

Como las cosas son así y todo el mundo lo sabe o debería saberlo, esos informáticos permanentemente enrabietados nos tendrían que explicar por qué les irrita y ofende tanto pagar unos pocos céntimos más por un DVD, y en cambio aceptan sin rechistar que, por ejemplo, les vendan por 62 euros una camisa cuyo precio sin recargo sería tal vez de 60.

Esta actitud, lamentablemente tan extendida, así como la enorme cantidad de barbaridades que escuchamos o leemos en relación con este tema, en mi opinión solo demuestran una cosa: el respeto que les merecen las camisas y el desprecio que, en el fondo, sienten por la cultura. Como les parece que no vale nada, pretenden que todos los bienes culturales deben ser gratuitos. Claro, y los que los producen o difunden, que vivan del aire, porque ellos, por la gracia de algún dios, tienen derecho a todo a cambio de nada.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 12 de julio de 2011