Creo que Warhol, aquel extraordinario vendedor de la nada, incluida su enfermiza autopromoción, confundía la fama con la gloria en su profecía de que en el futuro todo el mundo sería famoso durante quince minutos, tendría derecho a ese momento de gloria. Imagino que incluía en su deseo a los más descerebrados de cada lugar. Deduzco que el abandono del temido o resignado anonimato se lo proporcionaría la televisión, esa cosita mágica que transforma momentánea o perdurablemente en alguien a los que llevan fatal lo de ser nadie. Pero deducir que el hecho de adquirir protagonismo (tantas veces absurdo, bobo, grosero, marciano) durante un cuarto de hora en las casas de la gente a través de lo que exhibe la pantalla y que el prójimo te reconozca al verte en la calle por algo tan trivial, guarda la menor relación con esa sensación prodigiosa llamada gloria, revela una notable confusión mental. En una canción tan lírica como vitriólica, el Leo Ferré le daba las gracias por múltiples razones a Satanás. Entre ellas, figuraba su negativa o su desprecio a aparecer jamás en la televisión.
Desde hace demasiado y lacerante tiempo el tema favorito de la tele son la tragedia de los parados y lo crudo que está el presente y el futuro de los jóvenes para buscarse la vida. Pero curiosamente, los cronistas de ese drama delante de cámaras y micrófonos, son siempre adultos que poseen un goloso curro. Imagino que también está asegurada a perpetuidad la nómina de los que constatan a todas horas en el Parlamento el apocalipsis de los parados. Que profesión tan rara la de los políticos. No precisa hacer oposiciones, ni años de estudio para lograr títulos y doctorados. Y tienes que montártelo muy mal, o ser desobediente, o poseer escrúpulos morales, para no llegar a la jubilación en el humanista oficio de servir a los demás.
Insólitamente, 59 segundos ofrece su último debate a los jóvenes para que hablen de lo suyo. Hay de todo: cachorros de la política, emprendedores,empresarios, militantes del 15-M. Saben lo que dicen, tienen frescura, se expresan bien. Ninguno huele a perdedor. La tele puede ser tolerante, pero no hasta el extremo de invitar a los desesperados, a los que sienten instinto homicida hacia banqueros y políticos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de julio de 2011