A la salida del tercer toro la plaza se levantó en armas. Un torillo asomó y se armó la marimorena. No parecía tener fin la protesta, hasta que Manzanares cogió la muleta. Se pasó del enfado a la total complacencia. De la nada al todo. Un poco polvorilla, ese torillo se dejó hacer de todo. O casi de todo. Manzanares, no muy convencido, lo toreó por inercia. Mucha cantidad y menos calidad. Algo mecánico. Ligero también. Iba el torillo y venía, y Manzanares aprovechó la situación. Luego se empeñó en matar a recibir, algo que se ha convertido en este torero en una manía venga o no a cuento.
Tampoco muy allá de presencia fue el sexto. Sin entrega en la muleta, la faena fue un goteo de pases. También otro goteo de calidad. El toro, que nunca quiso pelea, acabó por rajarse y refugiado en tablas. Manzanares lo despachó de una baja, de nuevo esperando la arrancada del toro.
Hernández, Garcigrande / Ponce, Juli, Manzanares
Toros de Domingo Hernández, los tres primeros, y de Garcigrande. Desiguales de presencia. Mansos y distraidos.
Enrique Ponce: media y descabello (silencio); -aviso- pinchazo, media -aviso- y tres descabellos (saludos). El Juli: pinchazo y estocada trasera (saludos); dos pinchazos y cuatro descabellos (saludos). José Mª Manzanares: pinchazo y entera baja (oreja); entera baja -aviso- (oreja).
Plaza de Valencia, 22 de julio. 7ª de abono. Lleno absoluto.
De los toros que sorteó Ponce, el cuarto, encogido de cuello, fue de lo mejor de una corrida sin sal ni azúcar. Algo tardón, tampoco sobrado de clase, pero obediente. Ponce, muy centrado, exprimió al toro cual naranja. Muy variada la faena, con una serie con la mano izquierda de gran nivel que, extrañamente, no tuvo eco. Sobre la derecha y en trenza, varias series muy ligadas. Con el pescado vendido y el toro ya remolón, la clásica poncina genuflexa. Un aviso antes de entrar a matar y otro antes de descabellar. Se le escapó el triunfo que necesitaba en su tierra. Con el distraído que saltó primero no hubo historia, ni para bien ni para mal.
Una faena de poder de El Juli al segundo, que también campó a su aire y echó derrotes al viento a la menor ocasión. Consentida y de tragar. Toda en el platillo y muy trabajada. El cornalón quinto, manso en varas, midió y buscó los puntos débiles de El Juli. No los encontró. Plantó cara el torero y libró una gallarda pelea de sudar la camiseta. La espada, como en el otro, le dejó sin premio.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 23 de julio de 2011