Nos quejamos habitualmente de que el servicio de Correos en España deja mucho que desear. Cartas que tardan una semana de una ciudad a otra, y posiblemente más aún dentro de la misma ciudad (¿cómo es posible eso?), carteros sin reemplazo cuando se van de vacaciones, interminables colas en las oficinas de Correos...
Hace años (tampoco tantos) solíamos tomar con cierta filosofía esta mala calidad de un servicio esencial para la economía, porque el franqueo de una carta costaba cinco o seis pesetas y no se podían pedir peras al olmo. Pero desde entonces los precios de Correos han subido, y subido, y subido... hasta estar por las nubes, lo cual también es malo para la economía. Tal vez sería parcialmente justificable este aumento desmesurado de los precios, si la calidad del servicio hubiera mejorado muchísimo, lo cual no es así.
El mal servicio de Correos nos cuesta, además, al menos el doble o el triple del impecable servicio del Deutsche Post, el Royal Mail o el PostNL.
Si queremos ser más competitivos y más eficaces como competidor en el mercado europeo, necesitamos un Correos que cumpla su función. Otros países están demostrando que es posible tener un servicio eficaz y a un precio realista. Un importante objetivo para un nuevo Gobierno.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 29 de julio de 2011