Además de coja, la niña era fea, lo que tampoco había formado parte de mis delirios expiatorios. Aquel choque entre la imaginación y la realidad me trastornó. Miradme en mi habitación, sentado a la mesa, con el libro de geografía abierto delante de los ojos. Mamá, que ha pedido permiso en el trabajo para recogerme a la salida del colegio y llevarme al médico, está preparando la cena. Papá no ha vuelto de la universidad. Cada uno en un sitio, cada uno en su mundo, con un secreto horrible circulando entre los tres. A la culpa de siempre, he de añadir ahora la del raro fastidio provocado por la fealdad de la niña. Y su cojera.
Cada vez que oigo un ruido en el pasillo, paso una página del libro de texto como si ya hubiera leído la anterior. Tengo en la mano derecha un lápiz muy afilado con el que tomo notas en un cuaderno. Sin darme cuenta, he escrito en el cuaderno las palabras "coja" y "fea". Si entrara mamá en ese instante... Tacho lo escrito de tal modo que se rompe la mina. Por precaución arranco la hoja, que despedazo y mastico minuciosamente antes de arrojarla a la papelera. Compruebo después si ha quedado alguna huella de lo escrito en la siguiente. Y sí, por lo que la arranco también, y la siguiente, no vaya a ser que... He adquirido hábitos de asesino profesional, un profesional niño.
Tomo una decisión liberadora. Iré a la cocina y le confesaré a mamá lo ocurrido
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Entonces, con las lágrimas cayendo sobre un mapa, como para representar un río, tomo una decisión liberadora. Iré a la cocina y le confesaré a mamá lo ocurrido en aquel puente. Le diré que había ido allí para suicidarme y no para matar. Le explicaré por qué quería suicidarme (ella y papá tenían mucho que ver) y cómo las cosas se torcieron por culpa de una canica que me había encontrado en el patio del colegio. Si alguien no la hubiera perdido, quizá fuéramos felices, pues la verdad es que tampoco me habría suicidado. Había ido otras veces a ese puente con la misma intención y había vuelto de él intacto. Cuando le contara todo eso a mamá, me liberaría de ello. Iba a hacerlo, estaba decidido, así que abandoné la habitación, recorrí el pasillo y aparecí en la puerta de la cocina. Ella se dio la vuelta, vio el pánico en mi rostro. Sabes, dijo antes de que yo abriera la boca, no es preciso contar todo a los padres, cada uno tiene sus secretos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 9 de agosto de 2011