Soy un hombre de pocas costumbres fijas, nada me domina si lo puedo evitar. Lo del aperitivo no casa mucho conmigo, un término muy formal para mi escaso apego al horario. Como mucha fruta, a todas horas. Estos días estoy en Murano, muy cerca de Venecia. Trabajo el cristal de la zona para mis piezas y vivo la mayor parte del día entre hornos a 1.300 grados. En esta situación, no hay bocado mejor que la fruta. El otro día me llevaron a Venecia y me acerqué al Erbaria, el mercado de la fruta. ¡Me compré una sandía melona...! Me pasé el día comiendo sandía. De todas formas, cuando estoy en casa, prefiero la uva. Me gusta toda la fruta, la de temporada, pero si tengo que decir una, la uva. Me apetece siempre que esté fresca. ¡Me la como como los pajaritos que van picando la primera fruta que llega! En casa tengo suerte. Tengo melocotoneros, manzanos, perales. Tengo matas de fresas y de frambuesas. Tengo hasta un árbol de nyesples. Es una fruta rara, difícil de encontrar. Su sabor resulta áspero, agridulce. Si te la comes un poquito verde, no te cabe la lengua en la boca. Lo curioso es que no madura en el árbol. Tienes que tomarlas cuando están coloradas y dejarlas sobre un paño seco a la sombra, así maduran bien.
Siempre he sido muy austero. Me gusta pasear por mi mas y coger la fruta de los árboles. No me gustan las grasas, apenas como una vez al día y ya tengo 80 años. ¿El truco? Comer lechuga como una cabra y beber aceite de oliva a tragos. De aperitivo o de lo que sea.
Juan Ripollés es escultor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 10 de agosto de 2011