No dejan de sorprenderme algunos recortes (perdón, ajustes) que dejan sin ayudas públicas a los estudiantes de posgrado como yo. Es comprensible que en tiempos de crisis prevalezcan las ayudas para los estudiantes de educación obligatoria, primera educación universitaria y FP. Sin embargo, el fin más que previsible del otrora programa estrella del MEC, el Préstamo Renta Universidad (tras un ejercicio, el 2010-2011, bochornoso en el que se retrasó la apertura de la convocatoria hasta diciembre y el primer pago del préstamo hasta abril, casi al final del curso académico), como me insinuaba el otro día una funcionaria del Ministerio, deja la posibilidad de cursar los nuevos másteres y doctorados a aquellos cuyos padres tengan dinero, ingresos propios o, como es mi caso, puedan endeudarse mediante avales familiares.
Si el Estado no dispone de liquidez, ¿por qué no subvencionar los intereses de préstamos concedidos por bancos privados como se hace en Reino Unido y que el Estado avale a estudiantes con pocos recursos? La opinión pública está cansada de oír que hay que "cambiar el modelo productivo" y "fomentar la economía del conocimiento"; sin embargo, esto no será posible sin una educación superior fuerte y abierta a los mejores, apoyando a los que no tengan suficientes medios.
El horizonte que se nos ofrece es el de tasas crecientes, reducción de becas y ayudas y, en resumen, una educación clasista en donde los hijos de las familias con medios pueden hacer un máster y ocupar un trabajo privilegiado conseguido también con sus contactos familiares, mientras el resto o bien se endeuda, o bien carece de la posibilidad de ampliar su formación.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 12 de agosto de 2011