He estado comentando con un colega iraní la reciente visita papal a España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Él, cirujano excepcional, musulmán abierto y dialogante, así como poseedor de una formación científica y humanista extraordinaria, siente la misma frustración y angustia que cuando residía y trabajaba en Teherán al contemplar las sórdidas imágenes que estos días han llenado noticiarios y primeras páginas de los periódicos. Digo percibía porque un buen día dijo basta, se fue de Irán y empezó casi de cero en el Reino Unido.
Él me ha hecho ver los curiosos paralelismos entre el espectáculo de estos días en Madrid con las arengas de los ayatolás persas. Pero lo que más le ha sorprendido es la estética de esta exhibición: el toque de marcialidad de los legionarios, el colorido rojigualda del nacionalismo, la sutil ingeniería social y geopolítica que ejerce la curia vaticana y, quizás lo más pintoresco, las muestras de histeria colectiva de los cientos de miles de jóvenes soportando 40 grados bajo el sol, tormentas estivales y epidemias de lipotimias tanto de origen vasovagal como histriónico. Todo, absolutamente todo, muy similar a cualquier acto de desagravio organizado en su país natal.
Mientras tanto, la mayoría de voluntarios de Cáritas o del Raval de Barcelona, ajenos a este espectáculo, persisten en sus quehaceres diarios para que otro tipo de sordidez que no llena titulares de prensa y televisión, desaparezca de nuestros barrios.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 25 de agosto de 2011