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Mi verdadera historia

DÍA 28

Cuando abandonamos la habitación, mi madre no está en casa, pero ha dejado una nota. Dice que no quiere verme, que me tiene miedo y lástima y que me vaya de momento a casa de mi padre. Irene, por su parte, me besa entre lágrimas diciéndome que no me preocupe, que el "accidente" es un asunto entre ella y yo y que solo a nosotros nos importa. Yo vuelvo a preguntarle cómo ha averiguado mi participación en él y ella repite que se lo he dicho yo, que se lo decía sin darme cuenta cada vez que le preguntaba si había perdonado al autor de la muerte de sus padres y de su hermano, si sería capaz de encontrarse con él, de hablarle, si no le guardaba ya ningún rencor. Y al ver que ahora, lejos de despreciarme, me quiere más que antes, siento por ella una repulsión que me hace daño.

Ahora Irene me quiere más que antes. Yo siento una repulsión que me hace daño

Ya estamos en la calle. Como es habitual, se ha colgado de mi brazo para disimular la cojera. Cuando advierto que la gente nos mira, me acuerdo de que Irene es fea y de que es fea en parte por la cicatriz que atraviesa su rostro y por la ceja mutilada. Me hago entonces las preguntas de mi madre. ¿Cómo he podido, cómo he sido capaz, qué clase de enfermedad tengo en la cabeza? Ya estamos en la parada del autobús que conduce a su casa, ya le digo que me disculpe, que no puedo acompañarla, pues me encuentro muy mal, ya me dice que no me apure, que me vaya, pero que no me agobie porque todo va salir bien y que tal vez haya sido mejor que se hayan puesto por fin las cartas boca arriba. Se me queda grabada la expresión "cartas boca arriba", que describe bien lo sucedido. Pero si antes me despreciaba por quererla, ahora me desprecio por haberla dejado de querer.

Ya de noche, después de haber caminado sin rumbo hasta el aturdimiento, llamo al timbre de la casa de mi padre, que me abre la puerta sorprendido y me invita a pasar. Está con Sara, su novia, viendo una película en blanco y negro. Le digo que mi madre y yo nos hemos enfadado. "¿Por qué?", pregunta. Porque me ha sorprendido con una chica en la cama, contesto. Al ver la expresión de extrañeza de él y de su novia, digo absurdamente que la chica era coja. Luego, como aún continúan observándome de forma interrogativa, añado que le faltaba una pierna. Mi padre y Sara se miran entonces desconcertados y estallan al mismo tiempo en una carcajada que me aterra.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 28 de agosto de 2011