¡Ni las castañas, ni las aceitunas, ni, por supuesto, los pepinos! Con las cosas de comer no se juega. La generación que aprendió a no desechar (tirar) ni el pan seco del día anterior, como también otra gente cuerda, no puede sino sentir vergüenza con ciertos actos de dudoso tinte cultural que ponen el acento en el despilfarro de productos comestibles; menos aún cuando este planeta loco y único está a punto de registrar el nacimiento de 7.000 millones.
El hambre que padecen 1.000 millones de personas o las dificultades para medio llenar la cesta de la compra que afectan ya a un buen número de familias, o la situación de los agricultores andaluces arruinados por una incierta sospecha que les obligó a tirar sus cosechas, ¿son acaso un espejismo? ¿Seguiremos mirando en la dirección equivocada? ¿Hasta cuándo?
En esta ocasión el triste protagonismo del alimento ultrajado ha correspondido a los tomates de Buñol. Más de 100 toneladas de magnífica hortaliza sacrificada en nombre de unos pocos minutos de gloria mediática.
Si alcaldes y corporación invitan a los medios de comunicación -públicos o privados- y estos hacen de comparsa y difunden este tipo de actos con la etiqueta "de interés cultural", no tenga nadie la menor duda de que alemanes y otros habitantes de la galaxia seguirán repitiendo, no sin malicia, el eslogan "Spain is different"..
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 6 de septiembre de 2011