Sólo una ceguera aguda nos impediría contemplar lo evidente: la mala gestión y la pésima planificación de algunos administradores públicos han contribuido sin duda a esa deuda astronómica de nuestros ayuntamientos y comunidades autónomas. Se olvidaron de lo más claro y transparente: que el dinero público se ha de gastar con más esmero y cuidado que el doméstico. En las comarcas norteñas valencianas, quien no pierde la mirada en entreveros mentales puede fijar la vista en lo que ha sido y es el paradigma de esa falta de buena planificación y administración: la pequeña y conocida población de La Vall d'Alba, cuyo munícipe principal y flamante vicepresidente de la provincianísima Diputación, la aupó a la fama con capillas y murales pictóricos, con plazas de toros imprescindibles y necesarias para la existencia humana en el medio rural, con avenidas marítimas en el secarral valenciano y con centros sociales que se inauguran y no entran en uso, con mil y una forma distintas de llevar el dinero público a su lugar sin dar cuenta a nadie. Como no da cuenta a nadie por colocar a deudos y parientes en la Administración y cajas de ahorro, pues al cabo para algo se está en política. Aunque el entrevero, la confusión y el desorden en la planificación y administración de los recursos públicos no son exclusivos del alcalde de la población del Pla de l'Arc. En ese mismo llano interior hay aeropuertos sin aviones que costaron centenares de millones de las antiguas pesetas, tan antiguas como la mentalidad ultra localista de sus promotores. Las deudas, eso sí, son en euros como los que se utilizan en Grecia o en la cuenca del Ruhr. Y en los llanos costeros de este norte valenciano hay inacabadas carreteras y costosas desalinizadoras sin canalizaciones para el agua desalada. Y la lista es larga en este territorio donde no caen perlas de lluvia como cantaba Jacques Brel, sino absurdos como decenas de sustanciosos sueldos, más elevados que el salario del presidente de la Generalitat, máximo responsable valenciano, de los que tampoco se da cuenta a nadie, y cuya lista no es más que la prueba fehaciente de esa mala administración de la que hablamos. Pero no sucede nada y se ven demasiados casos hirientes que atentan contra la ética y la estética.
Aquí no sucede como en Solingen, la población de la cuenca del Ruhr con aproximadamente el mismo número de habitantes que la capital de La Plana. Solingen es un municipio endeudado hasta los dientes, que se gasta centenares de miles de euros en un banco de diseño para sentarse en la plaza pública. Y claro salta a la fama con ímpetu en el ámbito de la RFA, pues el desorden con el caudal público es mayúsculo. Y aquí vemos en nuestra inmediatez, durante esta crisis, demasiados casos que hieren la sensibilidad del observador: como el de la vecina ciega y entrada en años que cobra 600 euros mensuales y ni un céntimo más, a pesar de la loable Ley de Dependencia que se promulgó durante la égida del denostado Zapatero.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 19 de septiembre de 2011