Dicen que el Consell agotó en julio la partida para pagar las recetas de todo el año, y sin embargo recibimos turismo farmacológico. Las farmacias castellano manchegas se han declarado pobres, arruinadas por el impago gubernamental, tan míseras como la Roche que después de décadas de forrarse no suministra más antitumorales a los hospitales griegos. Así, aquellas boticas bajo la égida de Cospedal tampoco quieren servir ciertos medicamentos muy caros, y quienes los necesitan han dado en cruzar la frontera hasta encontrar alguna valenciana que aún no haya entrado en pérdidas insoportables. Semejante esperpento no impide reconocer que el uso y el abuso, la alegría de pacientes para exigir y de prescriptores para "tirar de talonario", son en parte culpables de los números rojos en nuestra sanidad pública. Ya lo ha advertido (¿o amenazado?) la presidenta del Colegio de Médicos: tenemos el poder en la punta del boli.
La arriba firmante, que mil veces defenderá la efectividad de un buen antibiótico (cuando se necesita) frente a vahos y cocimientos, tiene un ejemplo de lo paradójicas que pueden llegar a ser ciertas situaciones: esto es un pueblo valenciano, afectado como todos por los "medicamentazos" de los gobiernos centrales (por cierto del PP) en los años 90, que ha comprobado lo carísima que le sale la gallarda reacción. "Esto lo pagamos nosotros", proclamaron entonces (cuando no había crisis) como el Capitán Moro de Xavi Castillo, y usaron como pólvora de rey unas recetas blancas que sufragaba el Ayuntamiento. Ahora, al hacer números y replantearse la cuestión, se percatan de que la mayor parte de los remedios que había dejado de "dar" la Seguridad Social son perfectamente inútiles o bien tienen equivalentes que sí entran en las recetas verdes o rojas. Es decir, que llevan años de sangría local para nada, sólo por no haber sabido explicar la realidad a ciudadanía y facultativos.
Y es que no todo se arregla con comprimidos. Por eso me desagradó la campaña de Médicos Sin Fronteras vendiendo "pastillas contra el dolor ajeno", simples caramelos para recaudar fondos. Conocí en estas páginas a su diseñador, Jorge Martínez, y me sorprende que semejante idea haya recibido ya tres premios. Por supuesto que haré llegar a la organización humanitaria, con la que modestamente colaboro desde hace años, mis prevenciones. Una de ellas es que no deberían dar pábulo a la idea de que los medicamentos son prioritarios a las acciones de salud pública, a las inversiones en infraestructuras, a la correcta alimentación, y en definitiva a la justicia social. Una depuradora puede ahorrar muchas pastillas y vidas. Pero es que además las golosinas, que se presentan en blíster y se venden en farmacias, en verdad parecen grageas, asociación visual poco conveniente para criaturas que quizá no sepan distinguir. Es como cuando les compramos (o permitimos que se les venda) un dulce con formato de roll-on, y después nos quejamos de que, además de abrasarse la lengua, chupen nuestros desodorantes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 30 de septiembre de 2011