Como estadounidense, el 30 de septiembre se ha convertido en un día triste, incluso infame, para mí. Nuestro presidente, galardonado, irónicamente, con el Premio Nobel de la Paz, ha llevado a cabo una ejecución extrajudicial del ciudadano norteamericano Aunar el Aulaki sobre territorio yemení, y con el visto bueno de este país que apoyamos con ayuda militar mientras oprime y masacra a su pueblo. Lo que nunca sabremos es si El Aulaki realmente fue culpable de jugar un papel operacional dentro de Al Qaeda, porque nunca habrá un juicio como garantiza la Constitución. Bastarán las acusaciones de nuestro gran líder. Ahora todos, hasta los miembros del Partido Demócrata que criticaron tan duramente a Bush "solo" por espiar a ciudadanos estadounidenses, harán cola para felicitar a su jefe.
Lo que sí sabemos de El Aulaki es que predicaba que la gente que padece la ocupación militar de un país extranjero tiene el derecho a defenderse. Es algo que yo también creo firmemente. ¿Vendrán a por mí ahora? Probablemente no. No soy musulmán y no tengo barba. No tengo el típico perfil que suelen buscar para ser el próximo Gran Enemigo de la Paz y la Libertad. Por ahora encontrarán a otro para justificar sus guerras. ¿Pero cuánto durará mi presunción de inocencia? ¿Cuándo me convertirán a mí en un monstruo para ser convenientemente despachado? Recordemos lo que dijo Thomas Paine: "Aquel que quiera asegurar su libertad debe defender de la opresión incluso a su peor enemigo".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 4 de octubre de 2011