El abandono de la violencia que ha anunciado ETA es una buena noticia. Sin embargo, el contexto que la rodea es muy preocupante y, a diferencia de cuanto afirma el editorial de EL PAÍS del 21 de octubre, creo que sí debe juzgarse.
La hábil puesta en escena de la Conferencia de Paz, que de algún modo desacredita la legitimidad del Gobierno español para acabar con ETA mediante la sencilla exigencia del cumplimiento de las leyes del Estado, sin concesiones; la falta de respeto hacia las víctimas, a las que ETA no menciona en su comunicado; y el anuncio de esta decisión (en la que tampoco se habla de entrega de las armas o de los fugitivos) un mes antes de las elecciones, deben interpretarse, ante todo, como una nueva estrategia para lograr la independencia del País Vasco, por otra parte absolutamente previsible. Los extraordinarios resultados electorales de Bildu el próximo 20 de noviembre lo confirmarán. ¿Podíamos esperar otra actitud por parte de ETA? Sin duda alguna, no, pero por ello mismo no seamos triunfalistas.
Después del 11-M todo el país se quedó estragado de la violencia terrorista, y si fueron muchas las nueces que en el pasado recogieron Arzalluz y sus amigos de los árboles que sacudía ETA, cualquiera podía ver que por mucho que siguieran matando ya no iban a obtener nada. El objetivo de ETA no era matar, sino presionar al Estado con sus crímenes para obtener la independencia. Ahora se abre un nuevo capítulo, en el que no faltarán nuevas formas de lucha fuera de las previstas para imponer las propias razones en las urnas. Quizá las campanas dejen de doblar a muerto, pero no seamos tan ingenuos como para echarlas al vuelo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 24 de octubre de 2011