La Sinfonía de los Salmos, de Ígor Stravinski, es una obra casi mística: una especie de alegoría, un reflejo de esa personalidad entre la Rusia soviética y la América capitalista, entre los sonidos tribales de La consagración de la primavera y la pomposidad de El pájaro de fuego. Tiene la grandeza de las obras sacras del barroco, pero con la visión del compositor, que eleva a misterio indescifrable cada nota. Calculada al milímetro y basada en el Antiguo Testamento, la sinfonía podrá escucharse en el teatro Monumental jueves y viernes de la mano de la Orquesta y el Coro de RTVE. El programa lo completan De la belleza inhabitada del español Javier Santacreu, y la Cuarta sinfonía de Chaikovski. Pero sin duda el reclamo es la pieza de 21 minutos de Stravinski, una obra para soñar, meditar y preguntarse si hay alguien ahí arriba que escuche su plegaria.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 30 de octubre de 2011