Veo en la televisión las últimas -insoportables- cifras del paro y una entrevista callejera con personas en desempleo de distinta condición, edad, sexo, cualificación profesional... Me asombra su temple casi resignado, su expresión de indignada paciencia.
Pienso que yo, en su situación, dirigiría un amargo reproche a las autoridades, a los banqueros y a algunos empresarios, a la indiferencia general de la castigada ciudadanía. Sobre todo cuando veo a continuación los beneficios de Bankia (entre tantas otras) en su último ejercicio económico.
Siento hasta el fondo que vivimos una sociedad radicalmente injusta, nada equitativa, que soportamos más de lo soportable, que es necesaria una movilización general encabezada por los sindicatos -¿es mucho soñar?- y los propios colectivos de parados que aún existen, incluso sabiendo que la condición del desempleo es esencialmente desmovilizadora y generadora de impotencia, apoyados por colectivos como el 15-M, ecologistas, etcétera.
Dicha movilización -no puramente ocasional sino permanente- sacudiría la pasividad general ante la tragedia de tantos, de todos en alguna manera, y nos haría percibir a la ciudadanía como ejercicio de la dignidad y de la solidaridad colectivas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 1 de noviembre de 2011