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COLUMNA

El apellido de la rosa

Dime de qué me haces presumir y te diré que no te importa. Se me acaba de ocurrir, no de golpe, sino dándole vueltas a imágenes y realides de la campaña electoral pasada, antes de los resultados y después incluso, porque sabido es que las campañas ni se crean ni se destruyen, solo se transforman. Y, ya se sabe, unos pa'arriba y otros pa'abajo, que decían nuestras abuelas.

Hay algo que me inquieta desde hace tiempo, y es esa retahíla mentirosa que asegura que "la democracia española es muy madura", "los españoles son inteligentes y no creen en milongas", "los espectadores no son tontos". Dime de qué me haces presumir y te diré que no te importa. La democracia española no debe de estar muy madura cuando algo que es unánime -la sucesión en la monarquía- no se acomete porque conviene no tocar algunos principos. Vamos, que no está madura -por no hablar de la propia monarquía, porque a muchos se les ponen los vellos como espadas de Damocles-. La democracia española no debe de estar muy madura porque todo el mundo coincide en que el sistema electoral es una filfa y nadie lo cambia porque no toca. Es decir, porque convendrán conmigo en que perro no come perro, y es del todo punto imposible en este país que quien disfruta de un privilegio se empeñe en alterarlo o, lo que es peor, en democratizarlo.

La ley D'Hont y el sistema de atribución de escaños es una reliquia del pasado, pero descuiden, nadie la tocará jamás, porque los beneficiarios consideran que es un ejemplo de salud democrática. Es como si entendiéramos como una salud de hierro el hecho de padecer diabetes, colesterol, hipertensión y un herpes genital que nos toca...

Pero hoy no toca. Me reí a mandíbula batiente cuando leí en una entrevista en EL PAÍS a Rosa Díez, tan adorada por algunos intelectuales, unos de prestigio, otros del solsticio, decir que en su programa electoral no había ni una sola línea dedicada al aborto "porque ahora no toca. Ahora hay otros problemas". Y ya me carcajeé hasta que me llamaron la atención cuando proponía dos mandatos máximos para los parlamentarios, cuando ella lleva toda la vida en escaños oficiales. "Pero es que entonces yo estaba en un partido que no proponía lo mismo", dijo, y seguramente después cogió el bolso y se fue a la Carrera de San Jerónimo.

Para muchos intelectuales el apellido de Rosa (Díez) se convierte en un diez. Yo creo que Rosa no da problemas, no exige pronunciarse sobre temas complejos. Casi nada toca en este momento que no sea lo que los tecnócratas decidan. Vamos, que importa el apellido, porque en lo fundamental tenemos una democracia madura, una sociedad madura, unos espectadores maduros. O sea, que somos intrínsecamente bobos.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 25 de noviembre de 2011