Con solo dos comparecencias públicas, el nuevo primer ministro italiano, Mario Monti, ha devuelto a Italia a la existencia, a la respetabilidad y al corazón de Europa, que es el lugar donde le corresponde estar.
La primera comparecencia fue su reunión en Estrasburgo con la canciller alemana, Angela Merkel, y con el presidente francés, Nicolas Sarkozy. Solo esta imagen simboliza hasta qué punto la incongruencia de su antecesor, que prometía programas de ajuste a la misma velocidad que los vaciaba de contenido, y que profería las más vulgares zafiedades sobre sus colegas, especialmente la canciller, obstaculizaba la salida de la crisis italiana y, por ende, de la europea. Nadie hubiera creído que cualquier solución iba en serio si de ella formaba parte el gran charlatán.
En aquella comparecencia Monti no solo endosó la política de austeridad que hoy forma parte del enfoque dominante en la UE, sino que también la matizó, proponiendo la emisión de deuda común, los eurobonos, una idea muy compartida y que por su implicación política desborda una agenda meramente tecnocrática.
La segunda actuación ha sido la presentación de su programa de consolidación fiscal ante el Parlamento italiano, con el que rompe el mito de que el sistema de pensiones no podía tocarse, como imponía la Liga Padana. Es lógico que se eliminen asimetrías excesivas, como que un trabajador italiano pueda jubilarse a los 60 años y su compañero alemán solo a los 67. Más discutible, empero, resulta la larga duración de los años de cotización indispensables. En cualquier caso es significativo que los sindicatos no hayan respondido con una convocatoria de huelga general.
El plan es notable, también, por cuanto ha incorporado, junto a la austeridad, estímulos selectivos a la demanda. Y por cuanto reparte mejor socialmente los sacrificios que los programas de los otros países periféricos con nuevos impuestos, y sobre todo con la persecución del fraude fiscal. Será un milagro si Italia logra arrinconar la economía negra mediante la limitación a 1.000 euros de los pagos en efectivo.
Italia conviene a la locomotora franco-alemana: lima la áspera imagen de que hay un directorio formado por París y Berlín que todo lo dicta. Una Italia protagonista conviene al cabo a Europa, tanto como esta a la propia Italia. También a España, si sabe hacer el esfuerzo para no perder esa comba italiana y estar también en el grupo de cabeza.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 7 de diciembre de 2011