Una vez finalizados los actos conmemorativos por la reinstauración de la democracia en España, he quedado sorprendido y un punto decepcionado. Puede ser que peque de ingenuo, pero esperaba de nuestros gobernantes el anuncio de la abolición del Senado. O cuando menos un compromiso firme para su desaparición en un plazo razonable. En suma, su fecha de caducidad.
De todos los políticos profesionales de diversas tendencias que estos días han ocupado las portadas de los medios de comunicación, ninguno propuso esta reforma tan sencilla como necesaria. Sin embargo, en las recientes elecciones un millón de votos nulos y otro millón de votos en blanco apuntan con el dedo en la misma dirección: que la Cámara alta nos cuesta más de lo que vale.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 9 de diciembre de 2011