Una viñeta reciente de El Roto presentaba el monumento del Valle de los Caídos sin la cruz. Por respeto a los muertos de ambos bandos y a la memoria de los que ahí sufrieron trabajos forzados no se puede sepultar esta necrópolis en el olvido.
Pero, como bien dice José María Calleja, hay que llevarse del lugar el cadáver del único que, además de no ser un "caído", fue el responsable de las muertes en ambos bandos, tanto por haber originado la contienda fratricida como por haber organizado la represión que siguió.
Como las labores de reparación de la necrópolis costarían un riñón, la imagen de El Roto nos ofrece una pista de solución para su financiación: ábrase una subasta internacional para vender al mejor postor la cruz y los evangelistas de Juan de Ávalos.
Seguramente no faltaría algún magnate chino dispuesto a llevársela piedra a piedra, como hacían aquellos multimillonarios americanos que a principios del siglo XX compraban iglesias románicas en Europa para volverlas a montar en sus tierras sin historia. ¿Y qué hacemos con los monjes? Pues, tras un adecuado cursillo de formación, se les podría contratar como guías turísticos. Si no hubiera suficiente trabajo en el Valle, algunos armonizarían muy bien en el pazo de Meirás.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 9 de diciembre de 2011