Mucho ha llovido desde que André Gouveia hizo su primer viaje con el InterRail por Europa. Han pasado más de 13 años y enormes cambios. En la UE y en su vida. Este portugués de 31 años, jefe de recursos humanos en una farmacéutica en Barcelona, ha cambiado la mochila por un maletín de mano; pero le cogió el gusto a viajar y lo sigue haciendo a menudo. Aunque ahora sea casi siempre en avión y por trabajo. Aquel primer viaje en trenes -algunos cochambrosos- de todo el Viejo Continente le enriqueció de manera extraordinaria. "Recuerdo llegar a Eslovenia sin saber qué me iba a encontrar. Era como aterrizar en lo desconocido. Fue magnífico. Ahora moverse es mucho más fácil", reconoce.
Y tanto. En 1998 aún no existía el euro y la Unión tenía 15 países y otras tantas monedas. "Era un lío, lo primero que había que hacer al llegar a un sitio era buscar una casa de cambio: escudos por pesetas, o francos, o liras...", ríe. Gouveia, que estudió Psicología, aprendió que esa UE todavía en construcción ofrecía enormes posibilidades. Pocos años después, cambió sus clases universitarias en Coimbra por una beca Erasmus en Florencia. Allí se empapó de arte, aprendió italiano y a hacer pizzas. También a superar retos, como el de integrarse en un sistema educativo distinto. "Viajar por turismo me encantó, pero lo bueno es vivir en otro país, así es como conoces las entrañas del lugar", dice. Por eso no se lo pensó cuando, ya de vuelta en Portugal, le ofrecieron irse a Bucarest para hacer prácticas con una beca Leonardo en el Instituto de Ciencia y Educación. Era el año 2002 y Rumanía preparaba su entrada en la UE. "Me impresionó la admiración con la que hablaban los ciudadanos sobre la idea de una Europa unida", relata.
Para Gouveia, que los jóvenes europeos se muevan por los 27 países es vital para cimentar un continente rico en matices culturales. "Hay que aprovechar las oportunidades que te da la UE. Si eres espabilado puedes formarte muy bien", señala. "La libre circulación hace que la gente aprenda a aceptar que hay diferencias entre los países y fortalece los nexos de unión. Ahora que nos enfrentamos a grandes retos es importante ser conscientes de que en conjunto tenemos mucho que ofrecer". Sin embargo, reconoce que no es tan sencillo cambiar de país. "Requiere un esfuerzo personal, pero merece mucho la pena", dice. Él lo sabe. Tras Rumanía se mudó a Luxemburgo, luego a Asturias y más tarde a Barcelona. Allí es donde más ha cambiado su vida. Llegó solo y se ha casado con una catalana. "¿Saudade? Sí, de muchas cosas. Familia, amigos, comida, pero si extrañas algo es porque tienes buenos recuerdos".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 17 de diciembre de 2011